Pablo Fogos
El meón
Una
autobiografía pasada por aguas
PRIMERA PARTE
¿Por qué EL MEÓN?
Al comenzar a escribir esto dudé si hacerlo en primera o tercera
persona, esta última opción me haría más fácil hablar sobre mí,
desembarazándome de si tal o cual parte verdaderamente ocurrió o que algunos hechos
no sean dichos por Vergüenza o simplemente para no renovar un viejo dolor que
creí ya olvidado; ¿De por qué el título? Sencillamente porque me orinaba en la
cama, las causas pudieron ser muchas, lo emocional dirían los psicólogos,
vejiga floja según los médicos, por pelotudo que no me daba cuenta cuando me
venían las ganas diría mi padre, yo para él era el meón, le pareció pedagógico
regalarme un metafórico talonario de rifas que tenía como primer premio “una
cagada mundial si me volvía a mear en la cama” pero no funcionó por suerte en
ese tiempo estaba Martina que trabajaba en casa en los quehaceres domésticos y
cuidándonos a mis hermanos y a mí cuando mis padres se iban a trabajar, ella se
encargaba de despertarme bien temprano, daba vuelta el colchón y cambiaba las
sábanas antes que mi viejo hiciera la respectiva requisa de la mañana, ella
siempre estuvo en aquellos años de mi infancia para salvarme de una inevitable
paliza. Mis viejos trabajaban todo el día en un mini mercado de su propiedad,
ella en poco tiempo se transformó en mamá Martina como la recuerdo siempre
hasta el día de hoy, soy el tercero de seis hermanos aunque viví la mayor parte
del tiempo con dos de ellos Gabriel y Daniel el mayor Fabián era una especie de
padrecito no porque se parecía a un cura sino porque casi siempre cubría el rol
de nuestro padre que por sus actividades no podía hacerlo, las mujeres vinieron
después Andrea y Celeste. Fabián me llevaba nueve años, le seguía Gabriel este
era mayor que yo tres años, dos años después de mí vino Daniel. Nací en el “73”
un viernes santo así que no tuvieron mejor idea que ponerme el nombre de
nuestro salvador, como les pareció poco y que para que mis abuelos paterno y
materno no sintieran que no fueron tenidos en cuenta me secundaron con sus
nombres, así uno crece con un nombre que no eligió y en la ignorancia de que
esto no podía tener ninguna consecuencia en el futuro. Años más tarde tuve la
oportunidad de atenuar esto porque a alguien se le ocurrió llamarme escritor desde
ese día soy Pablo. A la edad de cuatro años aprendí a leer impulsado un poco
por mi madre que había sido maestra de muy joven dejando esta profesión que
amaba en pos de seguir a mi padre en su rol de inminente empresario luego de
ser retirado de las fuerzas de seguridad por un accidente que hasta el día de
hoy para mí es un misterio, solo sabía que había sido operado en la cabeza “a
tu papá le han colocado una chapa de platino en la frente y otra en la nuca”
había escuchado decir una vez a mi madre. Cuando veía “el hombre nuclear”
(serie que daban en la tele por la tarde) me imaginaba orgulloso a mi viejo en
un partido de fútbol haciendo un gol de cabeza de media cancha, ese orgullo no
tardó en convertirse en todo lo contrario porque lo que traía aparejado esta
cirugía era que en las noches de tormentas el dolor era insoportable cambiando
su conducta, de más estaría entrar en detalles y no creo contribuya en nada a
este relato.
MI AMIGO CHUKY
Cuando me tocó entrar al jardín de infantes yo no había dejado la
mamadera y vivía prendido a la pierna de mamá Martina izquierda o derecha según
de donde viniera la amenaza, el primer día me llevó con engaños mi madre, ese
día di una verdadera exhibición de la calidad de mis pulmones, mi llanto era
tan poderoso que hice llorar al resto de los chicos y no sé si a una que otra
maestra; la directora superada por los hechos le dijo a mi vieja que me llevara
que al día siguiente iba a ser más fácil, aquel día descubrí que tenía una
capacidad extraordinaria con mi llanto, por esto mismo en el segundo día se
repitió lo del primero y así con el tercero, en la mitad de la segunda semana
mamá Martina me llevó y yo así pude quedarme. En el jardín a diferencia de los que
muchos creen no todo es color de rosa más cuando uno de tus compañeros es el
clon de “Chuky” (el muñeco maldito) porque no había una palabra que lo
definiera tan bien como esa era un verdadero mal-di-to te agarraba las orejas
de tal manera que te las dejaba a rosca o te hacía lo que se conocía como la
tortura china te agarraba los últimos pelos de la nuca o la patilla de
sorpresa, gritaba como chancho que va degüello pero como tenía fama de llorón
la “seño” Susana solo me hablaba y sonreía, pero no era solo eso el hijo de muy
mala madre se encargaba de hacerme la vida áspera desde que entraba hasta que
me iba, era una verdadera pesadilla, sumado a esto seguía orinándome pero esta
vez en la sillita trataba de controlarme pero todo o lo poco que hacía era en
vano; había aprendido a disimular apenas sucedía me cambiaba de lugar cuando
nadie me veía entonces solo quedaba el charquito, nadie se daba cuenta o eso
quería creer. Todo estaba bajo control con este tema hasta que el engaño un día
se terminó, el muy desgraciado de “chuky” me venía observando, él se encargó de
terminar con mi farsa, nunca me olvidé la cara de desaprobación de la señorita
Susana y un metro abajo con una sonrisa cínica con el dedo índice apuntándome,
el muy maldito. En esa edad los niños son muy crueles y tuve que bancarme toda
clase de escarnios y burlas, mi corta vida de cinco años estaba terminada, a
los pocos días después nos sacaron una foto en el patio de la escuela, en la
imagen se puede ver al susodicho haciéndome una maldad esa misma mañana en el
arenero me empujó y caí de frente con la cara hacia abajo me apretaba la cabeza
contra el arena podía sentirla entrándome por las narices y por la boca, logré
zafarme, ya cansado de por de más de todas sus maldades le di un “soplamocos” en
la nariz, al principio se sorprendió pero no tardó en llorar, ese día me di
cuenta que no era el único que lloraba “fuerte”. Nunca más volvió a molestarme
nos hicimos buenos amigos, hace unos años nos encontramos, ya hombres nos
reconocimos y nos saludamos con un abrazo, Claudio Gatti había dejado de ser
“chuky”.
LA AIDA
Cuando comencé la primaria me cambiaron de colegio, repetí la misma escena del año anterior pero sin conseguir el mismo resultado, lloré, grité y agregué pataleo para darle más dramatismo pero no hubo caso, el acto de inicio de año continuó se cantó el himno, se dijo el discurso y luego cada curso a su aula. Mi madre se fue y yo me quedé llorando, la maestra fue directa y no tuvo ningún tipo de contemplaciones adentro y listo. Así que me tuve que guardar el llanto ya que la manera con la me habló no dejaba lugar para sobreactuaciones, se presentó como la señorita Aida y desde ese momento comenzaría una guerra psicológica entre los dos. Tal vez el que llevaba todas las de perder era yo pero así y todo pensaba llevar mi plan a cabo con un solo y fundamental problema, no tenía un plan. Considero que muchas veces los adultos menosprecian las capacidades de los niños, en aquel tiempo era aún mayor, creo que fue en la base de este concepto que en mi razonamiento de mis seis años se manifestó naturalmente una estrategia básica ¿Qué era lo peor que le podía pasar a una maestra? Que ella no tuviera la capacidad de enseñar o el alumno la de aprender ¡Perfecto! Mejor dicho ¡Genial! O como le había escuchado decir a mi madre ¡Touché! Mientras en las sombras pergeñaba mi plan tenía que seguir lidiando con mi problema y las aguas seguían bajando turbias sin posibilidad de contención aunque lo intentaba era más fuerte que yo cuando me daba cuenta ya me había orinado, los pupitres eran dobles y yo me sentaba con Miguel G. un día se sentó por equivocación en mi lugar un momento después que ya me había pasado cuando se levantó tenía el guardapolvo mojado los demás chicos vieron el charquito debajo del banco y no tuvieron reparos, las risas más crueles se descargaron sobre él, lo peor de esto era que él creyó que realmente le había pasado y que yo cobardemente permití que lo hiciera después que la señorita Aida lo reprendiera y lo llevara a la dirección me sentí aún peor. Mientras mi rabia por “la Aida” como la denominaba para mis adentros iba en aumento comencé a ejecutar mi revancha, cuando explicaba miraba para otro lado o simplemente no copiaba nada del pizarrón, la relación maestra-alumno empezaba a ser “tirante”, el resultado del primer examen un cero, no había hecho nada; mandó llamar a mis padres, la que iba siempre era mi madre la aconsejó que me llevara a un sicólogo por mis problemas de concentración aludiendo a un posible retraso mental aunque ella se esforzaba por demostrarle que yo sabía leer y escribir desde hacía tiempo pero todo lo que se pudiera decir lo desbarataba mi comportamiento y el resultado de todas las actividades dentro del aula agregado a mi problema de mojar los pantalones eso fue lo que me hizo tomar conciencia de mi derrota, ella lo sabía y había esperado el momento para darme el tiro de gracia “touché” perdí. Vino un tiempo de sicólogos, de preguntas, de dibujos, de horas y horas de conversar con desconocidos que parecían tener la solución a mi mal y eso que había sido antes de que empezara a ver “aparecidos” eso vino un poco después. Diagnósticos de todos los tenores y colores, posibles acciones cambiar la manera de dirigirse hacia mí en lo emocional de parte de mis padres ayudarían a atenuar mi patología. Nunca supe a ciencia cierta qué clase de “verdura” le vendían estos profesionales pero lo único que sé es que no me ayudaron en nada o tal vez si y yo todavía no lo sé. Ese año escolar lo perdí y repetí el grado cuando volví al aula vi con espanto casi escuchando la banda sonora de sicosis que la maestra que me había tocado en suerte era “LA AIDA”.
Aunque me costó decidí darle una oportunidad y la relación entre los dos mejoró, mis notas mejoraron y ella se sorprendía por el cambio y asumía como propios mis avances todo iba sobre rieles hasta que un día anunciaron la llegada de una Inspectora Provincial a la escuela, cuando la funcionaria entró en el aula “la Aida” que se había mostrado muy nerviosa se apresuró para recibirla tropezó con el pie de uno de sus alumnos, trastabilló, recuerdo casi como en cámara lenta esa caída, fue girando en el aire su grueso cuerpo como queriendo aferrarse a algo que por supuesto no había, el gesto de su cara resignada cuando vio el suelo a dos centímetros de sus ojos y desde esa perspectiva la de la inspectora que preocupada trataba de ayudarla a levantarse. Yo me sentaba en el primer banco y no pude aguantarme la tentación mientras se levantaba creo que me miró pero mi mirada estaba en otra parte y mi pie había vuelto a su lugar. Siempre la recuerdo con cariño, me festejó mi cumpleaños número siete, hay una foto en la que aparezco soplando las velitas junto a ella después la muy desgraciada me tiró las orejas bastante fuerte por cierto.
MIS LECTURAS, MI ABUELO Y LO SOBRENATURAL
Tener que transitar las calles de la infancia en la cabeza no es nada
fácil pero es mucho más difícil plasmar esos recuerdos al papel, no sé en que
momento exacto comenzó esto de escribir pero es una suma de muchas cosas, mi
viejo le compraba historietas a mi hermano Fabián, eran revistas que dentro
contenían muchas historias que siempre tenían continuación en el ejemplar de la
semana siguiente. Dartagnan, El Toni algunos de los nombres que recuerdo e
historias como “Mojado”, “Savarese”, “Pepe Sanchez”, “Nipur de Lagash” o
“Gilgamesh” mis preferidas, esas historias sumado a mis juegos con soldaditos
de plástico (venían en bolsas de 50 unidades) yo tenía ejércitos, como
siguiendo un guion les hacía vivir a estos las peripecias de las aventuras de
los personajes que leía hasta llegar el momento de hacer mis propios guiones
inconscientemente era mi primer contacto con esto de narrar, otro responsable
fue mi abuelo paterno un hombre muy cuestionado por mi padre por ciertas
circunstancias vividas en su infancia y la que dio como resultado una relación
conflictiva entre los dos repitiendo en los años posteriores lo mismo que él
cuestionó pero son cosas que no vienen al caso. Mi abuelo fue y será uno de los
maestros de mi vida, con mi hermano íbamos los sábados o domingos, nunca he
olvidado la manera que tenía de contar con ese decir que tiene la gente de
Santiago del Estero lugar del que era oriundo siempre guardo las anécdotas y
leyendas que nos sabía contar después de los asados, y como buen Santiagueño
que era hacía honor a la costumbre de sus paisanos LA SIESTA, no eran siestas
de treinta minutos eran “siestones” de tres horas para cualquier chico de
nuestra edad eso era inconcebible lo mismo él nos obligaba que la hiciéramos,
apenas escuchábamos sus primeros ronquidos mi hermano Gabriel se fugaba a jugar
con los chicos de la cuadra yo me quedaba para que mi abuelo no se enojara y me
aburría horrores por ahí él se levantaba y preguntaba por mi hermano pero no
esperaba la respuesta, al verme tan embolado me decía “En el cajón de aquella
cómoda hay libros…” pero haciéndome una advertencia “…los que están en las
puertas de abajo son para grandes” luego de leer “Tom Sawyer”, “La cabaña del tío
Tom”, “Robin Hood” empecé con los “prohibidos” allí amontonados y apretados
estaban Kafka, Dostoievski, Sartre, Borges. Cuando mi abuelo regresaba del
sueño de la siesta tomábamos la merienda y el buscaba la guitarra, tocaba de
oído, escuchaba una melodía y la repetía en la viola sin equivocarse una nota,
un día hablando de música me dice que había escuchado el comienzo de una
canción pero que no recordaba de donde ni quien era el autor, acomodó los dedos
en el diapasón y luego rasgueó suavemente; yo no sabía nada de música o de
cantantes solo lo que él me había enseñado, me preguntó si me gustaba, le dije
que sí que era diferente, él lo que más tocaba era folclore y a mí me gustaba
pero esto era distinto a todo lo antes escuchado. Un día en la radio volví a
escuchar la melodía y la canción era “satisfacción” de los Rolling Stones, otra
de las cosas que tendré que agradecerle por siempre, a partir de ahí como una
banda sonora de mi vida escucho rock and roll.
Mi
abuelo hablaba quichua Santiagueño y era fantástico que terminara alguna de sus
historias con alguna frase en esa lengua, algunas veces pensaba que él había
leído lo que me contaba y lo adaptaba a sus recuerdos, era un hombre robusto,
alto, morocho con arrugas marcadas que parecían gritar los soles del monte de
Santiago, manos fuertes que nombraban el hacha y el golpe, de quien era, tal
vez para los demás solo alguien más para mí él era un Dios. Le debo haberme
comprendido en aquellos años en que me era difícil entender que yo no estaba
loco que lo que me pasaba era algo normal y que yo lo había heredado entonces
me relataba de sus ancestros su tatarabuelo había sido un cacique que vaya a saber porque circunstancias del destino se había unido a una
alemana, hacía referencia a sus dones sobrenaturales que él aplicaba en
beneficio de su tribu. Me hablaba de un hermano mayor, una especie de gigante
bonachón que también poseía dones sobrenaturales y a quien se le atribuía poder
entender el lenguaje de la naturaleza y con ese conocimiento sanar a los integrantes
de su comunidad. A decir verdad no sé si nada de esto es probable lo cierto es
que después que me atropelló un auto algo en mí se despertó y ya nada volvería
a ser igual o normal en mi vida. MI PADRE EL JUSTICIERO
Arnoldo había heredado la tez morena de su padre y con el tiempo formó
la dureza de la roca en el entrecejo, era imperturbable como un cerro ante los fuertes
vientos de la vida. Es un hombre fuerte que no permite que se
vean los dolores del pasado en esa coraza que era y es su cuerpo ni delaten sus
sentimientos sus ojos y los gestos, algunas veces pensaba que el deseo de mi
padre era construir un imperio pero no solo con el fin económico sino para
protegernos de algo que estaba más allá de su propio entendimiento, parecía pedirle
cuentas a mi abuelo como pensando en voz alta; había sido abandonado por este
cuando era un niño buscando una mejor vida llevándose también a su madre se crió en el campo con su abuela con la dureza que eso implica, una mujer mayor
que sabía poco de cómo tratar a un niño y en medio de la soledad, el silencio y
el trato duro forjó su carácter. A los pocos años y después de la muerte de su
abuela mis abuelos lo rescataron para llevárselo a Buenos Aires donde ya se
habían establecido económicamente encontrándose con un hermano y una hermana. Mi
padre tuvo que aprender las reglas de la convivencia como quien se le enseña a un
salvaje, manejaba el cuchillo como si hubiera nacido junto con el, las reglas de
la ciudad eran muy distintas a las del monte lo que le ocasionaban algunos
problemas no le costó poco adaptarse pero lo hizo ya que la naturaleza le había
prodigado una inteligencia más que aceptable, en poco tiempo aquel niño se
convirtió en un hombre, tenía afición por las armas así que orientó su vida a
esa profesión en la que el plomo y la pólvora son el lenguaje más allá de las
ideas y de la perfección de la simetría de los fierros. Después de su retiro se
había ganado la reputación de justiciero, podría contar infinidad de anécdotas
que me contaban propios y ajenos en torno a él, una que siempre me gustó era
que había hecho una apuesta a que le atinaba a un foco del alumbrado de la
calle que de manera molesta daba en una de las aberturas de la casa, escuchado
así uno podría suponer que no era tan difícil, lo que lo hacía increíble era
que el revolver estaba desarmado y él con los ojos vendados volvería armarlo
para disparar a la molesta lámpara, con el segundero del reloj y los dedos moviéndose
casi a la par de la aguja, después de marcar treinta segundos se escuchaba el
estruendo y la luz dejaba en el acto de
alumbrar. Había elegido seguir el dogma de Alem y a partir ahí fue radical
siempre, organizaba y se reunía clandestinamente con un grupo de valientes que
sabían lo que se estaban jugando en plena dictadura con la esperanza de la
vuelta de la democracia aunque había sido un hombre de las fuerzas armadas
creyó siempre que la libertad era la mejor opción para que un pueblo pudiera
progresar. Nunca pude olvidar que en un acto multitudinario con el candidato de
su partido pudimos hacernos espacio con mucho esfuerzo hasta llegar a la base
del palco, tendría unos diez años y era bastante flaco me cargaron en los
hombros y pude llegar a tirar de la botamanga del pantalón del que finalmente
logró la Presidencia de la Nación. Un tiempo después pude ver por televisión
como el susodicho miraba para abajo en ese momento, si hubiera sabido “bigote”
que era un pendejo que no tenía la menor idea de lo que hacía, recuerdo a la
multitud coreando “…para el pueblo lo que es del pueblo porque el pueblo se lo
ganó…”.
Mi padre no es un hombre malo pero algunas veces pensaba cuando me
miraba en silencio que quería matarme. Él siempre fue un misterio para mí pero también alguien digno de admirar.
MONONA, LA MADRE QUE ME PARIO
Esa mujer a la que todos llamaban y llaman Monona y yo siempre ignoré el
por qué había construido su historia personal con hechos puntuales de su vida,
su padre era guardia cárcel y eso lo hacía alguien que miraba de manera
diferente a los prepotentes que están de la parte de afuera, este hombre poseía
un conocimiento que hasta él mismo no alcanzaba a darle el valor merecido, un
cristal donde podía ver un lado desconocido e ignorado de los insensatos que
viven sin la presión de estar recluidos en una celda. Él era un padre amoroso y
responsable que supo darle a ella y a sus hermanos el cariño, alimento y
educación que cualquier cristiano necesita, su vocabulario y sus chanzas
bordeaban la vulgaridad y el doble sentido pero sin abandonar la compostura
frente a las señoritas que integraban el hogar, era peronista hasta la médula y
nunca faltaba un grito con toda la geta de ¡viva Perón! Su madre se llamaba
Lorenza y terminaba en estado de ira cada vez que este con una copa de más
contaba cuentos verdes que doblaban en obscenidad por ser versiones que le
contaban los presidiarios, su madre había formado parte de las “Mujeres de
EVITA” con las que se reunía a escuchar
sus discursos por la radio y las que lloraron desconsoladamente cuando informaron
su deceso por el mismo medio. Monona adquirió el don de la palabra influenciada
por extensas lecturas e inspirada por su espíritu autodidacta encontró su
vocación de enseñar, extrajo todo el dinero de su caja de ahorro con el que
compró un lote y un tranvía en desuso para dar clases a todos aquellos que
quisieran salir de la ceguera que significa no saber leer ni escribir, fundó la
escuela San José Obrero aunque no conste en actas lo importante es siempre el
testimonio vivo de los tantos que aprendieron a leer y escribir sus nombres.
Mi abuelo materno el guardia cárcel tenía fama de “Don Juan” y mujeriego
según el “chusmerío” “…y más agachadas que japonés con visitas” les había
escuchado decir a algunos parientes, terminó fugándose con alguien a la que
apodaban “la gallega” pero un tiempo después volvió a los brazos de mi abuela
quien lo perdonó y lo recibió como si nada hubiera pasado. Le gustaban los
pájaros y tenía una enorme jaula con una gran variedad de especies, a
diferencia de mi otro abuelo que me decía “los pájaros los ha hecho Dios para
que vuelen y cumplan con el ritual de la vida en las ramas de los árboles,
nadie debería monopolizar su libertad solo por un gusto personal” así que me
tomé la atribución de liberar a los convictos porque consideré que no habían
cometido ningún delito, a partir de ese momento declaramos la ruptura de
nuestra relación familiar no solo porque me puteó en todos los idiomas sino
porque me corrió una tarde completa por toda la casa con un cinto sin poder
alcanzarme, creo que su enojo era más siniestro de lo que vi en ese momento,
los prisioneros habían escapado de su cárcel.
Monona es la madre que no elegí, me parió un viernes santo
y solo por ese motivo me nombró Jesús. Siempre admiré su compromiso social y su
gran espíritu de solidaridad.
HERMANOS – PARTE UNO
Se asomaban los ochenta y mi hermano Fabián estaba
en plena adolescencia, la música sonaba por toda la casa cuando él estaba,
Creedence Clearwater revival, Olivia Newton John, la Electric Light Orchestra,
Kiss, sonidos tan disímiles como uniformes en lo que era la moda de esa época
“La música disco” series como “Fama” o película como la de “Fiebre del sábado
por la noche” después vendría “Flashdance” había inspirado a mi hermano de tal
manera que lo veía bailando en cualquier actividad que estaba haciendo, bailaba
todo el tiempo, él ayudaba a despostar las medias res en la carnicería de mi
padre había aprendido de pequeño el oficio, con la salvedad que lo hacía
bailando, tiraba el cuchillo y la chaira hacía arriba y estos parecían quedar
suspendidos en el aire un instante mientras
él giraba y saltaba al mejor estilo de Leroy Johnson personaje de la
serie fama sin equivocarse en la exactitud de los movimientos siguiendo la música
que salía de un pequeño grabador Hitachi, cuando se terminaba la cinta daba
vuelta el casete y vuelta a empezar, eran mágicos esos momentos y siempre los
guardo en mi memoria como un tesoro preciado, me había convertido en su primer
admirador después vendrían otros ya que los sábados en distintos clubes se
organizaban competencias de baile en donde por supuesto el brilló
convirtiéndose en poco tiempo en una verdadera estrella, su popularidad creció
de tal manera que era llamativa la cantidad de chicos que querían aprender sus
pasos, se sumaron más amigos a su barra de siempre y claro comenzaron a
aparecer las chicas. Mi padre le daba libertad siempre y cuando no se olvidara
de sus obligaciones, un día le dijo que quería ir a la escuela de Bellas Artes
a aprender danza clásica y teatro, mi viejo lo miró un instante en silencio
para decirle “En ese lugar está lleno de maricones, dejá de pensar boludeces
que hay mucho trabajo…” sin su apoyo unos meses después se estaba inscribiendo
para que en un corto tiempo mi madre que si lo apoyo en secreto y mis hermanos
lo viéramos en una obra en el teatro del Libertador General San Martin, era una
pequeña obra y tenía un papel secundario hacía del único hijo varón de siete
hermanos el dialogo era insignificante pero qué importancia podía tener esto si
el tipo estaba en el teatro más importante de Córdoba, aplaudía yo de pie, hoy
puedo decir que aplaudía su valentía más que a su talento. Siempre está suelto
como disgregado del resto de los recuerdos que va disolviendo el tiempo por qué
son inútiles a la construcción de un hecho definido, una palabra o una mirada
que acompañada de su sonrisa estaba la presencia extraordinaria de mi hermano
Fabián quisiera decir que él triunfó en lo que fue su sueño mayor pero no, formó
una gran familia que más allá de los desencuentros y los infortunios que la
verdad de la vida le enrostró logró desandar el delgado camino de los que
luchan y ponen el cuerpo por todos y así como un día un tal Ernesto comenzó a
ser el “che” un día Fabián comenzó a ser “Pichón”, tropezando y encontrando
porciones de verdad que se alejan de la comprensión del común. Para mí él es el
jinete de los sueños, es probable que el potro de la vida lo sacuda y hasta lo
tire pero jamás desistirá hasta domarlo, en mis recuerdos me permito seguirlo
viendo bailando entre las luces intermitentes y las estridentes notas de los Bee
Gees
“…What you
doin’ on your back aah
You should be dancing, yeah Dancing yeah…”
Yo no quería a
Gabriel solo porque era mi hermano sino porque admiraba la capacidad que tenía
de desprenderse de la estupidez que nos imponía la corta edad y la
inexperiencia, cómplice perfecto para destruir el aburrido plan de la rutina,
de las trivialidades de un niño cualquiera, un embustero que simulaba leer las
noticias a ancianos allegados a la familia a cambio de alguna recompensa
quedaban agradecidos pero consternados casi al borde del infarto luego de haber
escuchado las catástrofes, las crueldades y las atrocidades del mundo que sin
pestañar salían de su boca, un gran exponente del amarillismo periodístico y
precursor del relato mentiroso de algunos políticos. Con mi hermano nos unían
todas las aventuras, aunque han pasado muchos años nunca pude llegar a entender
que era lo que pasaba por la cabeza de ese chico al que todos llamaban “el
ciruja” que acompañado de un enorme perro se llegaba hasta la escuela solo para
esperarnos a la salida a mi hermano Gabriel y a mí, siempre recuerdo ese
instante antes de correr su mirada algo siniestra y la sonrisa perversa
dibujando una extraña satisfacción en la comisura de los labios pero eran
milésimas de segundos antes del “Cache Nerón…Cache” el resto de los chicos de
la escuela esperaban todos los días el espectáculo, apenas salíamos veíamos
aparecer en la esquina las figuras inigualables de “el ciruja” y Nerón perro
feo si los había que parecía haber sido criado con carne humana por el tamaño nunca
vi una bestia parecida le cruzaba una cicatriz enorme sobre el hocico que
llegaba unos centímetros debajo de dos ojos que parecían inyectarse en sangre
cuando nos veía, siempre era lo mismo ellos parecían surgir de la nada y
nosotros como posibles presas que no le quedaba otra opción que correr, él
parecía darnos una especie de ventaja en un pequeño momento dentro del tiempo
de los mortales para mí era interminable y entre la tierra suspendida en el
aire y los chicos de la escuela expectantes en mi cabeza surgía de ese silencio
ficticio la música de un western espagueti cuando comenzábamos a correr se
quebraba lo detenido con el griterío de los que arengaban a favor nuestro y los
malditos en contra. Nerón nunca nos alcanzó y por el contrario nos favoreció mi
hermano terminó jugando en un club de futbol (Alianza) siendo un win muy veloz
y yo algunos años después llegué a representar a mi colegio en la secundaria en
la carrera de cien metros aunque esa vez perdí porque se me caían los
pantalones pero esa ya es otra historia. “El ciruja” años después resistió a
los tiros a la policía que lo había rodeado, me enteré que logro sobrevivir y
yo me alegré por eso. Pero lo que más recordamos con mi hermano de aquellos
tiempos era esa acción universal que es escaparse de la escuela y que todo
aquel que fue niño lo hizo acá en esta parte del mundo le llamamos “chupina” o
en todo caso “hacerse la rata” lo cierto es que nosotros hicimos una que casi
nos cuesta lo que en el presente nos hace padres, en aquel tiempo no tomábamos
conciencia de la realidad que hablaba de desaparecidos y muertos, de
comunicados y dictadura, el gringo Valencia, el negro Suarez, el loco Monsalvo,
mi hermano y yo nos subíamos a un colectivo y terminábamos en alguna parte de
la ciudad pero una vez se nos hizo difícil volver y la noche nos sorprendió,
mis viejos pensaron lo peor sabían que su militancia política era arriesgada y
los que tenían el poder solían golpear a los audaces a donde más le dolía para
ellos éramos siempre posibles víctimas de la impunidad reinante, mi viejo tocó
unos contactos en la fuerza para que toda la policía de la ciudad nos buscara
por cielo y tierra mientras nosotros habíamos conseguido haciendo dedo que una
camioneta nos acercara a una ruta próxima a nuestro hogar, de a uno se iban
descolgando los camaradas en diferentes tramos para llegar a sus respectivas
casas los últimos fuimos nosotros a medida que nos acercábamos luces de
patrulleros parecían recibirnos en medio de la oscuridad ya que se había
producido un apagón, los reflectores no tardaron en dar en nuestras caras
espontáneamente levantamos las manos, se escuchó alguna risa el que no se reía
era mi hermano mayor Fabián que con un patadón en el culo nos metió para
adentro para decirnos todo lo irreproducible que puede decir en una vida
cualquier hijo del señor, pero no tardó en abrazarnos con lágrimas en los ojos
y mejor no cuento el castigo que nos dio mi viejo. Mi hermano Gabriel sufrió un
shock sicológico a consecuencia de haber visto la herida en la garganta que
producto de una pelea callejera había recibido un tío que vivía en casa; un
insípido cantante de tangos tío de mi madre y hermano de mi abuelo el guardia
cárcel, vivía en una pieza en el fondo de casa, era alcohólico y había sido
abandonado por su círculo más próximo; hijas, yernos y nietos. Mis viejos le
dieron cobijo y contención acompañándolo en su enfermedad, nosotros lo
queríamos mucho tenía una galería de chistes tontos y frases o modismos que lo
hacían un verdadero personaje tales como “Borracho treinta y tres veces” “Nunca
esa mano” “yo cuando era chico era una preciosa “cratura”” estas según en el
contexto de lo que se estaba hablando
eran acotaciones desopilantes nosotros nos moríamos de la risa. Ese día
golpearon la puerta y mi hermano Gabriel atendió era mi tío que trataba de
cubrirse con una mano la herida en la garganta, mi hermano de la impresión perdió el habla, si es
bueno saberlo mi tío no murió ya que mis viejos no perdieron tiempo para
llevarlo a un hospital. Ese acontecimiento me decía de manera insoslayable de
como el destino a veces se ensaña con aquellos que se atreven a engarzar
palabras sin tomar plena conciencia de lo que hacen, la consecuencia de una
alquimia metafísica fallida como un mensaje oscuro y a la vez irónico, dos
personas que quería no podían emitir palabras. Mi hermano fue tratado por un
psicólogo que en algún momento me había atendido a mí pero considero que el
mejor tratamiento fue el de leerle todo el tiempo como una manera de terminar
con la maldición, desafiando al silencio y llenarlo de palabras, las bonitas
que se parecían a la luz, a los cielos estrellados de Neruda, los juegos
bellísimos de Cortázar, las maravillas trágicas de García Lorca o el amor hecho
sonido de Benedetti pero todo esto que hacía parecía estéril ante inmutabilidad
de mi hermano que seguía mudo como un zapato hasta que un día se produjo el
milagro y mi hermano Gabriel volvió a hablar su primera palabra fue “PUTO”.
HERMANOS – PARTE DOS
Con mi hermano Daniel nos unía más que nada la mayoría de los juegos
infantiles y una tierna rivalidad por los abrazos y los consentimientos de mamá
Martina, por una circunstancia diríamos biológica de la madre que nos parió
terminó siendo “madre de leche” de mi
hermano menor ya que ella tenía una hija de su edad a la que amamantaba que acabó
siendo como una hermana ya que compartía su crianza con nosotros. Nunca hubo un
lugar mejor para esconderme de las hostilidades del mundo que entre las tetas
de mamá Martina, el olor del sudor de su piel o los aromas de las comidas que
ella hacía que me hacían sentir protegido, tal vez subconscientemente sea un
lugar que la memoria olfativa siempre busca desde aquellos tiempos en aquel
lugar distante de la infancia.
Daniel siempre fue un burlista, alguien siempre quería pegarle por
algunas de sus bromas, a lo largo de la vida muchas veces tuve que poner la
cara ante un cachetazo o una trompada y así me vi obligado a aprender las
reglas de la pelea callejera otras veces puse mi integridad física ante algún
castigo de mi viejo, era como una máxima que había recibido de mamá Martina
“cuidalo al Danielito” siempre recuerdo esa noche en que me lo dijo, estaba muy
enferma y mis viejos le habían dado una habitación de la casa para poder
cuidarla tarea de un pariente de ella y de mi madre Monona cuando se hacía un
tiempo. Yo le leía, a ella le gustaba que le leyera, siempre me auguraba un
futuro profesional repitiendo “algún día vas a ser dotor” esa noche le di un
beso en la frente y le tomé la mano hasta que se durmió. Pobre mamá Martina,
pobre de mí, nunca hubiera sospechado que eso era una despedida, al día
siguiente se la llevaron a un lugar que se llama Sebastián Elcano y yo nunca más
volví a verla. No preguntaba porque le temía a la respuesta aunque en el fondo
la sabía. Desde ese día mi hermano Daniel fue mi prioridad aunque no pude
cumplir completamente mi promesa no puedo decir que no lo intenté y el día que
se estaba casando quise decir que me oponía pero el cura no preguntó lo que uno
acostumbra a ver en las películas o las novelas “…si hay alguien en este
recinto que se oponga a esta unión que hable ahora o calle para siempre” pero el ensotanado no preguntó así que me
dije una serie de dichos como para conformarme “a llorar al campito” “decí
alpiste…” “a lo hecho pecho”. Ahora el Don Juan vive hechizado por los encantos
de su mujer y no lo digo porque sea una bruja ya que por ella tengo cinco
encantadores sobrinos.
Poco después de la muerte de mamá Martina yo ya hacía tiempo que no me
orinaba en los pantalones pero sabía que el estigma lo llevaría siempre, fui y
seré “el meón”, si las cosas eran difíciles, con su ausencia se iban a poner
peor. Mi madre anunciaba un nuevo embarazo y algo comenzó a colapsar en mí no
sé y nunca supe si fue por esta razón que mi viejo me llevó a un viaje que hizo
a La Rioja a la casa de un amigo, el tano Nino, los dos solos, él y yo.
Recuerdo ese viaje como un punto de encuentro entre los dos, instantes que no tienen una connotación
extraordinaria pero que en la vida de cualquier hombre puede determinar algo
trascendental en su futuro en este caso en mi presente. No sé si fue la primera
vez que mi padre me dio la mano para cruzar la calle pero no recuerdo una
anterior ni posterior que esa vez que estuvimos en La rioja me llevó a una
calesita que yo me resistí a subir hasta donde pude pero que acepté por el
entrecejo fruncido que comenzaba a acentuarse cada vez más en su cara a pesar
de sentirme desubicado entre los niños de tres o cuatro años que me rodeaban,
la mirada de sus padres que presenciaban el ridículo de que mis rodillas casi
me dieran en la cara al sentarme en el caballito de aquel carrusel para niños
de hasta cinco años teniendo en cuenta que yo alcanzaba los diez, le perdoné
esa humillación solo porque sabía poco y nada de un chico de mi edad. Lo cierto
es que nuestro viaje se vio interrumpido por un llamado de Córdoba por un
posible alumbramiento anticipado de la que sería mi primera hermana en ese
regreso sucedió algo que mi padre contaba como una anécdota graciosa el hecho
de que me dieron ganas de orinar y era uno de esos micros que no tenían baño
así que él me hizo mear en una bolsa, nunca olvidé la cara de la mujer del
asiento del otro lado del pasillo como si eso fuera algo inconcebible, cuando
llegamos todo había resultado ser una falsa alarma, unos meses después gateaba
el más tierno ser, que inocente que fui, lo que había sido un comienzo de unión
con mi viejo se rompió totalmente, no había nada más importante para él que esa
bola de carne en pañales que andaba en cuatro patas por toda la casa. Pero la
verdad que ni yo pude contener la ternura que me causaban sus morisquetas y su
risa que llenó aquella casa de varones en rincones rosas con sus aromas
particulares a niña, a pesar de mi corazón cautivado sabía que ella fue la
causante del fracaso de un posible acercamiento definitivo con mi padre. A
medida que crecía aquel ser crecían sus caprichos y berrinches a los que mis
padres cedían sin miramientos creando sin saberlo un verdadero monstruo en poco
tiempo se instauraba la “gran” dictadura de la pequeña Andre, el mundo giraba
en torno de ella y así fue creciendo creyéndolo, la soberbia no es una
enfermedad pero se cura. No hace falta nombrar la oscuridad de esos días de mi
vida en que la violencia y la injusticia fueron la contestación silenciosa y
sorda ante el “yo no hice nada”. Pero todo eso quedó en el pasado, hoy a pesar
de sus patologías ha logrado superarse en la vida, se casó con un contador y
son padres de un prodigio.
Unos años después llegaría mi otra hermana, es cierto que al principio
pensé que la pesadilla se duplicaría pero por suerte fue todo lo contrario, la
nombraron como mi abuela paterna, Amalia pero se hizo querer y nombrar con el
segundo, Celeste, para mí es “el bicho” como le digo con cariño hasta el día de
hoy, el apodo le quedó de aquellos años en los que la naturaleza no se
congraciaba con ella pero la belleza que no tenía por fuera la tenía
interiormente, sufrió la enorme diferencia que hizo mi padre con respecto a su
primera hija actitud que me unió aún más con ella, pero su sensibilidad le
ayudó a sostenerse con humildad en la vida. Hoy es madre de dos hermosas niñas
y esposa de un gran hombre. Gracias por siempre “bicho” hermana del alma por
haberme acompañado y sostenido con tu luz en mis días de oscuridad.
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